Todos sabemos que para vivir nuestra vida de manera constructiva y saludable necesitamos tener una buena autoestima. Autovalorarnos, vernos y tratarnos positivamente, de manera respetuosa y comprensiva, consiste no solo en poner atención en nuestros aciertos, recursos y capacidades y apreciarnos por ellos; sino también en aceptarnos y aprobarnos con nuestros errores y dificultades, nuestras defensas y automatismos, aceptar el paquete completo de lo que somos, incluyendo todo lo que no nos gusta o desearíamos cambiar.
Y no se trata de pensar que no necesitamos modificar nada y está bien quedarnos como estamos. De hecho nuestra vida nos da continuamente oportunidades, en forma de circunstancias, para mejorar y evolucionar, y todas ellas nos llevan a aprender cosas que nos permiten vivir una vida con mayor plenitud.
Aceptarnos incondicionalmente no implica conformarse con lo que hay, sino partir de la base de una actitud amorosa para cualquier acción. Y es que, precisamente en nuestros momentos más bajos o vulnerables, cuando sentimos que hay cosas que transformar o mejorar, es cuando más afecto y apoyo necesitamos de nosotros mismos, ya que para cambiar cualquier aspecto requeriremos de toda nuestra energía disponible. Debido a lo arraigado de algunos de nuestros hábitos, pensamientos y actitudes, el cambio no será instantáneo, y precisaremos de atención, dedicación y voluntad.
Así, mientras la autoaceptación nos proporciona el apoyo y la energía necesaria para entregarnos a hacer lo que sea que necesitemos en cada momento -ya sea cuidarnos, tanto física, mental y emocionalmente, como crear y cuidar relaciones armoniosas en nuestra vida, cambiar patrones o tomar acción para conseguir los objetivos vitales que nos propongamos-, el rechazo hacia nosotros mismos -poner ‘peros’ a lo que somos, sentimos, hacemos o tenemos-, desvía esa energía, que entonces se dedica a criticarnos, ponernos en duda, enfadarnos o autoexigirnos, con las consecuencias que esto conlleva. Si además, a raíz de este rechazo, se activan sentimientos de culpa o de vergüenza, lo que se pone en marcha es todo un mecanismo de autocastigo y empequeñecimiento que nos termina llevando a la parálisis y el victimismo, impidiéndonos tomar las riendas de nuestra vida y avanzar hacia lo que queremos. El efecto del autorechazo es que acabamos echando piedras sobre nuestro propio tejado, desgastando nuestra preciosa energía inútilmente.
Uno solo cuida aquello que ama
También sabemos que para poder dar lo mejor de nosotros mismos, para crear nuestra mejor versión -aquella que nos permita sentirnos satisfechos, plenos y completos y expandir ese bienestar al entorno y a las personas que amamos-, hemos de empezar por cuidarnos nosotros mismos, ya que nadie puede dar lo que no tiene. Y uno solo cuida aquello que ama. Cuando no amamos algo, no lo cuidamos. De ahí la importancia de amarnos incondicionalmente, apoyarnos y ser compasivos con nosotros mismos, tratándonos amablemente en toda circunstancia, para sentirnos merecedores de recibir lo mejor en cada momento, así como de avanzar por la senda de nuestra realización.
Ahora bien, si tan evidente resulta que necesitamos este amor, cuidado y aceptación incondicional para caminar por la vida, ¿por qué nos cuesta tanto aceptarnos tal como somos?
Cuando llegamos a este mundo lo hacemos como un lienzo en blanco, con un estado de autoaceptación incorporado. Sabemos que somos seres únicos y maravillosos, y vemos todo lo que nos rodea también así. No nos juzgamos, ni a nosotros ni nada de lo que experimentamos, simplemente somos. Sin ningún concepto y en contacto con la naturaleza esencial de las cosas, única y perfecta, nos movemos desde el asombro y el disfrute por todo.
Desafortunadamente, debido a la dualidad del mundo en que vivimos y al condicionamiento social, cultural y familiar, este estado de gracia lo perdemos con los años, desde el momento en que empezamos a discernir entre lo ‘bueno’ y lo ‘malo’ y absorber las ideas de nuestro entorno. A lo largo de nuestra infancia, adolescencia y juventud se va forjando toda la estructura de creencias sobre nuestra identidad y valía, sobre la vida en todos sus aspectos y sobre la manera de ser y hacer las cosas. Dependiendo de lo amoroso y consciente que haya sido este entorno, así seremos y nos trataremos a nosotros y a los demás.
Al margen del condicionamiento familiar, tenemos también la influencia social y cultural, y en una sociedad orientada al éxito y el logro como la nuestra, la aceptación incondicional resulta casi imposible y algo excepcional. En ese sentido, nuestra sociedad está falta de autoestima. Enmarcados en la cultura del ‘debería’ y la insatisfacción permanente, parece que todavía caminamos lejos de la alegría y la ligereza que da la autoaceptación.
Sin embargo, por encima de cualquier otra consideración, por el mero hecho de existir y estar caminando sobre el planeta en este preciso instante, podemos ser conscientes de que merecemos amor y respeto y actuar en consecuencia. Como un acto de agradecimiento y honra hacia la propia vida que nos ha creado, que jamás nos juzga y que continuamente nos ofrece nuevas oportunidades. Aceptarnos incondicionalmente implica tener la capacidad de valorarnos y evaluarnos con compasión, amabilidad y paciencia, y solo desde ahí poder valorar y evaluar todo lo demás con generosidad y amplitud de miras, de nuevo como un acto de honra y respeto hacia esta vida que nos da la posibilidad de existir, y que no se equivoca.
Tomando responsabilidad por nuestra vida
Dado que nuestro grado de autoestima se mide por lo que pensamos y sentimos hacia nosotros mismos, y por cómo nos tratamos, en la superficie y en lo más profundo de nuestro ser -nuestro autoconcepto más arraigado-, resulta muy importante cuidar nuestro diálogo interno.
Nuestros pensamientos crean emociones y éstas acciones. Si están basados en la compasión, la aceptación y la confianza en nosotros mismos, podemos viajar por la aventura de la vida con fluidez, y desde ahí afrontar las vicisitudes contando con nuestra fuerza interior. Si se basan en la crítica, la desvalorización y la exigencia, la vida nos resultará más costosa y el peaje será la pérdida de nuestra energía y la sensación de dificultad.
La verdadera autovaloración consiste en aceptarnos conscientemente, irnos descubriendo y poner los medios para sanear nuestra personalidad, ayudándonos a deshacernos de las capas, creencias y actitudes bajo las que nos hemos ido enterrando. Al irnos reconstruyendo y ordenando, madurando psicológicamente y potenciando nuestros recursos, nace en nosotros una nueva confianza, un contento que no depende de las circunstancias externas sino de nuestro interior, que está lleno de amor y discernimiento. De nadie más que de nosotros depende hacer este proceso de crecimiento desde el amor y la autoaceptación.
Por Belén Giner
La pérdida y el dolor debemos confrontarlos y vivir cada una de las etapas por las que iremos pasando, con amor hacia nosotros mismos.
Así, cuando tenemos consciencia de que nuestra comunicación con los demás no es bien recibida, el primer paso ineludible será descubrir qué mensajes nos damos a nosotros mismos a diario, pues nuestro diálogo interior es el origen de nuestra comunicación hacia el exterior. Porque si continuamente nos damos mensajes de exigencia, nos censuramos a nosotros mismos por no haber hecho las cosas mejor, y nos echamos en cara nuestros pequeños errores, exigiremos sin límite a los demás, los censuraremos todo el tiempo y no les perdonaremos ni un fallo. En cambio si nos damos a nosotros mismos mensajes de aliento, nos perdonamos los fallos sin importancia, y nos reconocemos las victorias, haremos lo mismo con la gente de nuestro alrededor.
Yo acudo a Emotivos Anónimos,un programa de «doce pasos» donde aprendo, con la ayuda de otras personas con los mismos problemas emocionales que yo, a aceptarme y valorarme, sin juzgarme ni juzgar a los demás. Es un proceso que durará toda la vida, pero que merece la pena