En el mundo del crecimiento personal hablamos mucho de la importancia de la autoestima, de lo saludable de tener una autoimagen positiva y saber valorarnos tal como somos, como forma de cuidar nuestra energía y estado de ánimo y de fomentar el autoapoyo, para enfrentar mejor los retos de la vida. Nadie discute su relevancia.
Sin embargo hay otro concepto, cuyo uso es igualmente favorable y hasta más beneficioso, que no valoramos lo suficiente, e incluso mantenemos apartado y como sentimiento de segunda división, debido a prejuicios y sentimientos negativos hacia él.. Se trata de la compasión. Escribiendo este artículo he descubierto que hasta el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (www.rae.es), que refleja el pensar de nuestra cultura, la desvalora, al definirla con tan solo una acepción: Sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias. Lo que significa que la asociamos con sentimientos de debilidad, sensiblería y desgracia.
Ante esto mi enorme sorpresa y decepción, no solo porque se trata de poner en términos negativos* un sentimiento que tiene mucho que ver con la sensibilidad, la solidaridad, la fraternidad, el dejarnos tocar por lo que le pasa al otro o a nosotros mismos sin juicio, y por tanto la receptividad, la apertura y la empatía con la vulnerabilidad, tan necesarios para nuestras relaciones (*la palabra lástima por ejemplo es definida por la R.A.E. como quejido, lamento y cosa que causa disgusto, en varias de sus acepciones), sino porque el mundo de la psicología y las neurociencias, especialmente en la rama del mindfulness, está dedicando en los últimos años muchos esfuerzos a estudiar y transmitir los beneficios y la importancia radical de esta cualidad. Estudios recientes han comprobado el bienestar que proporciona a nuestro cerebro la compasión, siendo un elemento que maximiza nuestra salud, nuestra felicidad y nuestro bienestar, además de ayudar en la reducción de la depresión y como elemento motivador.
Vivir con conciencia plena o mindfulness, se compone de tres elementos: intención, atención y actitud. Para vivir una vida saludable y consciente primero hemos de decidir qué es lo prioritario para nosotros, a qué queremos prestar atención, siendo esto en primer lugar nosotros mismos y nuestra experiencia interna, lo que nos está pasando en nuestra vida. Después de hacer esto, cultivamos la atención a esto, y por último, en el proceso, cultivamos la actitud de la compasión, actitud que va acompañada de curiosidad y aceptación. Aceptación significa que me abro a aquello que estoy sintiendo o viviendo en este momento sin juicio, que soy capaz de sostener aquello de lo que me doy cuenta con compasión y consciencia en lugar de con juicio automático y resistencia. Con consciencia compasiva.
La razón de hacerlo así es que hay una motivación que viene de la ausencia de la crítica y el auto cuestionamiento, y aquí es donde entra en juego la compasión, como una fuente interna de autoapoyo. Según los estudios, la única manera de atravesar situaciones incómodas sin reforzar los viejos patrones de ansiedad o adicción o dolor es hacerlo con esta actitud amable de mindfulness. Ello permite crear un espacio en nuestro interior abierto a sentir la vulnerabilidad y la ternura, capaz de acoger momento a momento todo lo que está pasando y de, en lugar de abordar el problema con los viejos pensamientos repetitivos que refuerzan el autoconcepto negativo: ‘otra vez igual, me has defraudado, eres un fracaso, eres un desastre, etc..’, lo hace con la actitud benevolente y generadora de seguridad y confianza de un padre amoroso y compasivo.
Otra virtud de la compasión es que, al ser comparada con la autoestima, se ha visto que esta última depende de enfatizar las cualidades positivas que ya poseemos, de mirar el lado ‘exitoso’ de la persona, lo cual fomenta la comparación social y la competitividad, lo que a su vez nos trae de vuelta el estrés, la ansiedad y la necesidad de cubrir expectativas, ya sean ajenas o propias. La compasión, en cambio, no exige ninguna contrapartida a cambio. Es amabilidad incondicional. Un apoyo estable y seguro en el que poder sostenernos internamente en cualquier circunstancia.
Si cuando fallas no te dices: ‘te odio’ sino ‘te acepto de todas formas’, esto supone una fuerza motivacional. Ya que la compasión se enfoca y ocupa de aliviar el sufrimiento. El simple hecho de comprometerte con actitudes y pensamientos que no te hieran sino que te ayuden, desde ese lugar de vulnerabilidad, ternura y espaciosidad internas, promueve el bienestar, la seguridad y la confianza, y es un elemento pacificador. Nada más necesario cuando estamos atravesando momentos difíciles.
Así que la autocompasión se convierte en ese padre interno paciente y amoroso que nos dice cuando más lo necesitamos: oye, te acepto, te quiero de todas formas, ¿cómo puedo ayudarte, alentarte y apoyarte?
Por Belén Giner
Fuentes: Kristin Neff y Kelly Mc Gonigal, investigadoras de Mindfulness y Compasión