Cuando empezamos a practicar mindfulness, empezamos a ver cambios sutiles en nuestra percepción y nuestra experiencia, que con el tiempo se van
afianzando. Poco a poco, nuestra visión y experiencia de la vida se vuelve
más abierta, flexible, ligera y gozosa, empezando a desarrollar lo que la
psicología budista llama los 7 factores del despertar.
Éstos son:
1. La concentración, una atención más enfocada que permite a la mente
centrarse en una sola cosa y experimentarla con total profundidad.
2. Mindfulness o monitoreo abierto, mantener la mente atenta a todo lo que
surge sin elegir nada en lo que fijarse en particular, rompiendo con la
rigidez.
3. La investigación o capacidad de sentir curiosidad hacia todo lo que surge
4. Nivel de energía, un aumento o disminución de la energía hasta llegar a un nivel
óptimo (sin exceso de excitación ni adormecimiento), lo que es igual a una
presencia relajada, alerta y despierta a la vez.
5. Alegría. Una sensación de aprecio, asombro o maravilla ante lo que
tenemos delante de nuestros ojos, apreciando sus matices y detalles, lo que
nos permite involucrarnos plenamente con el momento y experimentar
felicidad.
6. Tranquilidad.
7. Ecuanimidad, pudiendo transitar con más naturalidad las oleadas de
experiencias de la vida sin intentar controlarlas.
En relación con estos factores, el psicólogo, autor y profesor de Mindfulness, Elisha Goldstein, observa cómo los practicantes de mindfulness van
desarrollando los siguientes modos de ser a medida que avanzan:
1. Ser más curiosos – No dar las cosas por hechas ni por vistas, vivirlas con curiosidad y saborearlas es una de las consecuencias directas de practicar mindfulness. Es lo que se llama la mente de principiante o ver las cosas como si fuera la primera vez, con ojos de niño. Cuando estamos en el momento presente con todos nuestros sentidos puestos en él, un mundo nuevo se abre ante nosotros y vivimos cada momento como algo
único y diferente. Esta actitud nos hace apreciar cada detalle y sentir
gratitud y reconocimiento hacia la maravilla de cada instante. Vivir
cosas nuevas es además una de las rutas más rápidas para crear nuevas
conexiones neuronales, lo que facilita cambiar patrones.
2.Perdonarse más a sí mismos. Mindfulness nos pone en contacto directo con
las dificultades de la vida y las de nuestra mente para gestionarla.
Continuamente nos vemos de nuevo presos del miedo, intentando evitar situaciones difíciles, no aceptando que las cosas se acaben, cansándonos de la práctica, dudando de nosotros mismos o intentando controlar.. la ansiedad de la mente insatisfecha se dispara una y otra vez.
Practicando mindfulness llegamos a entender estas dificultades, abriendo el
corazón a lo que hay, lo que nos ayuda a perdonarnos y dejar ir una y otra
vez. Perdonarnos por los errores pequeños, y por los grandes, entendiendo y abrazando
las peculiaridades de nuestra humanidad compartida, y encontrando así la manera
más efectiva de volver a empezar. Es la práctica del ‘perdonar e invitar’ a
empezar de nuevo, una y otra vez.
3. Sostener las emociones con ligereza. Cuando prestamos atención a nuestras
emociones, empezamos a ver que son energía en movimiento. Al ver su
naturaleza cambiante, que va y viene, podemos sostenerlas con más ligereza.
Esto se aplica a las emociones dolorosas tanto como a las agradables,
sabiendo que tampoco permanecerán y aprendiendo a disfrutarlas en el
momento.
4. Ser más compasivos. Compasión es empatía hacia el sufrimiento ajeno,
una apertura del corazón que nos permite dejarnos tocar por el dolor de los
otros. La práctica de abrirnos a nosotros mismos, a nuestras emociones
difíciles y a cada situación con amabilidad y apertura genera una actitud
natural de cuidado y apoyo, que es la esencia de nuestro corazón, una
inclinación natural a ayudar. Esto nos lleva a sentir la interconexión con
los demás y con la vida, un sentimiento de pertenencia que es clave para ser
felices.
5. Hacer las paces con la imperfección. Con la práctica de la auto-observación, nos volvemos más conscientes de nuestras imperfecciones o los rasgos que provocan dolor en nuestras vidas. Al ser más conscientes de estos ‘fallos’ en nosotros y en
los demás, entendemos que ser imperfecto es ser humano, siendo más capaces
de dejar ir al severo juez interior que nos critica y vernos como parte de
esta humanidad imperfecta.
6. Abrazar la vulnerabilidad. Aunque nuestro cerebro está siempre batallando para protegernos de nuestras emociones y vulnerabilidad, al practicar mindfulness entendemos que ésta es un tesoro. Abrazarla nos permite desarrollar coraje, confianza y
conexión, ya que hace falta valentía para dejarnos ver tal como somos. El mostrarnos vulnerables nos permite desarrollar confianza en nosotros mismos y en los demás, cultivando una conexión mayor y más sincera con ellos, lo que de nuevo nos hace
felices.
7. Entender la impermanencia. Al prestar atención a la
experiencia del presente momento a momento empezamos a ver como todo cambia continuamente.
Los sonidos surgen y desaparecen; los sabores se disparan y se disuelven en
el paladar, la tonalidades del cielo varían momento a momento, los sentimientos, los pensamientos y las sensaciones fluyen en un río continuo. Todo es una danza sin fin, y vemos lo fugaz que es y que no permanece. Al entender esto, la vida se vuelve más intensa y preciada, y empezamos a disfrutar de los continuos momentos sagrados a nuestro alrededor.
Fuente: Mindfulness y Psicoterapia (Ron Siegel y Chris Germer) y Elisha
Goldstein
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